La boda entre la princesa Victoria de Suecia y Daniel Westling bien podría resumirse en una frase: el triunfo del amor. Y es que han sido más de siete años los que esta pareja ha tenido que luchar contra la oposición de Carlos Gustavo. Al soberano nunca le gustó para yerno este licenciado en educación física. Sin embargo, Victoria, como la gota malaya, ha conseguido perforar la voluntad de su regio padre. Parece mentira tanta oposición en quien matrimonió con una bella azafata allá por 1976. Nada tan frágil como la memoria.
Fue el destino quien cruzó en el camino a Victoria y Daniel. Ella acudió al gimnasio que él regentaba buscando luchar contra el sobrepeso que la hizo caer en una peligrosa anorexia. Allí, entre consejo y consejo, nació un amor que ha demostrado ser tan fuerte como el acero.
Un sabado, a las tres y media de la tarde, la princesa heredera y Westling sellaron su amor en la Catedral de Estocolmo. La novia lució un vestido diseñado por Pär Engshed y coronó su cabeza con la tiara Cameo.
Lo cierto es que fueron muchos los miembros de la realeza que no quisieron perderse los esponsales de Victoria y Daniel. Sin embargo, no todos estaban en la lista de invitados de honor que hicieron su entrada en la Catedral a las tres de la tarde. Un selecto grupo del que fueron exoneradas las infantas Elena y Cristina, no así los príncipes de Asturias y la reina Sofía.
La emoción que si vivió durante la ceremonia religiosa se trasladó posteriormente al Palacio Real de Estocolmo. Allí los novios obsequiaron con un banquete a sus más de seiscientos invitados. Después, llegaría el momento de los discursos. El rey Carlos Gustavo empezó el suyo felicitando a su esposa por su treinta y cuatro aniversario de boda. Después, tomaría el relevo el padre del novio.
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